A veces no recordamos cuándo fue la primera vez que sufrimos acoso callejero, pero hay situaciones que quedan para siempre grabadas en la memoria.
Tenía alrededor de 16 años, cuando una noche caminé 2 cuadras desde mi casa para ir a un kiosco. La calle estaba desierta. Llegando, a media cuadra vi a un hombre en bicicleta, al lado de un árbol. Compré, crucé la calle y el tipo ya no estaba. Cuando llegué a la esquina siguiente, me esperaba, masturbándose. Si describo lo que sentí en ese momento, creo que la palabra “pánico” queda chica. Corrí hasta mi casa con una sensación rara; sentía asco y culpa. ¿Culpa de qué? ¿Por qué? Si yo no había hecho nada malo. Pero ahí estaba, y no se iba.
En ocasiones, contar experiencias vividas de acoso, sobre todo esas que poca gente conoce, se torna difícil, pero después de pasar esa barrera descubrís que no estas sola, que (para mal) son muchas las víctimas de estas interminables situaciones, porque no importa la hora, la ropa que llevemos puesta o el lugar en el que estemos, igual las sufrimos, y el impacto psicológico que estas vulneraciones crean en la persona violentada (en especial las mujeres) es totalmente negativo. No es culpa nuestra, y siempre es válido demostrar la disconformidad y el rechazo ante algo que nos incomoda.
Las intrusiones de este tipo son, quizás, el modo más común de violencia de género: el acosador se siente con el derecho de interpelar a su víctima por medio de gestos, expresiones verbales, miradas lascivas o manoseos. Éstas constituyen situaciones que se encuentran a la orden del día, y es que hay personas a las que les parece “divertido” hacer comentarios sexuales, o tocarnos en el boliche sin nuestro consentimiento, empujándonos a una circunstancia de completa exposición, vulneración y humillación, cuando en realidad deberían comprender que no es galantería o coquetería. Es lisa y llanamente violencia sexual.
El miedo y la bronca son factores comunes en las víctimas de este flagelo que atenta contra la dignidad, la libertad y el derecho al libre tránsito, y que es moneda corriente en una sociedad que debe ser educada para erradicar estas prácticas naturalizadas en un contexto machista.
Queremos sentirnos libres y seguras. No queremos tu piropo, queremos tu respeto.