Joaquín Castellanos, director del periódico cívico “El Argentino”, escribe una profética editorial el 5 de junio de 1891: “Es necesario llamarse de otro modo, porque radicalismo es un calificativo impopular y el que consiga arrojarlo al enemigo, lleva una buena ventaja en la jornada”. En el guantazo por las discrepancias políticas, los amigos de Leandro Alem habían recibido ese ‘mote descalificador’.
La candidatura Mitre – Bernardo de Irigoyen se venía a pique producto del “acuerdo”, la mala palabra que no debía pronunciarse, so-pena de quedar excluido de lo que vendrá.
De radicales y de otras yerbas
Voy a deciros una verdá de Perogrullo, de esa que todos sabemos, pero nos cuesta masticar por argentinos ombliguistas. Argentina es parte de un continente, su barrio digamos, y de un mundo en permanente cambio. Hay cosas que repercuten en nuestro país porque empezaron en otro lado. Ya sean mundiales, como continentales. A su vez, y no es por ser exagerado, pero sí orgulloso de nuestra historia como Pueblo, los argentinos también le hemos dado al mundo de qué hablar. Sin ir más lejos, el Juicio a las Juntas. No encontrará otro de su raigambre.
Aclarada esa pavada, vayamos a lo nuestro. Ponga en Google Ud. “radicalismo” y se va a encontrar que hay partidos radicales en casi todas partes. Algunos, influenciaron al nuestro; a otros los influenciamos nosotros. En sudamérica, el primero que existió fue el Partido Radical Chileno, vinculado estrechamente a la masonería. ¿Qué reclamaban?, Pues masomeno lo mesmo que todos: libertad electoral, separación de la iglesia del estado, mejoramiento de las condiciones sociales de vida, autonomía municipal, algunos van más allá: desde la libertad de comercio los más liberales, hasta confiscación e impuesto a la riqueza, los más radicales.
El dirigente radical trasandino Augusto Parra lo resume así:
“Los partidos radicales nacieron en la segunda mitad del siglo XIX y expresaron el pensamiento racionalista-laico de la época y la visión más avanzada de la sociedad desde una perspectiva liberal con especial acento en los derechos civiles y en los derechos políticos. Hablo del radicalismo francés, italiano, español. Un fenómeno político extendido en el mundo occidental. En el caso chileno este mensaje fue asumido por los sectores medios: profesionales, empleados públicos, artesanos, empleados de comercio, mineros, que pronto se dieron cuenta de que no tenía destino una propuesta basada estrictamente en el liberalismo. Por esa razón el partido evoluciona hacia concepciones socialdemócratas.”
El ‘partido radical más poderoso del mundo’ fue el francés. Es contemporáneo al nuestro. Su gran líder, el “tigre” Georges Clemenceau. El padrino de Emile Zolá cuando el famoso caso Dreyfus; El líder galo cuando la Primera Guerra Mundial; el referente ineludible del Tratado de Versalles. En 1909-10, visitó el país. Habló con varias personalidades. De una de ellas, tuvo altos elogios, “es el más parecido a nosotros”, dijo. Era Lisandro De La Torre, el discípulo de Alem, tajeado por Yrigoyen, por hablar de más. Para Clemenceau, el gran tribuno rosarino era el que mejor representaba los ‘ideales radicales’ del mundo moderno. Pero entonces, ¿en dónde nos deja eso a los yrigoyenistas de principios de Siglo XX?
De sufragios y patriotas
En 1806, don Santiago de Liniers debe formar milicias para enfrentar a los ingleses. Les otorga un derecho que viene de la vieja España: elegir a sus propios jefes libremente. Los ‘patricios’, el regimiento más populoso, elige jefe a Saavedra y a Belgrano como a su segundo. Anoten ahora que estamos en plena ebullición de la Revolución de Mayo.
Saavedra y Belgrano terminarán siendo líderes de una Revolución que se lleva puesto a Liniers y al régimen español. En la Primera Junta se sientan bases del sufragio universal que no tienen realidad. Sí la tienen en un caudillo oriental que así dispone: Artigas, quien inclusive manda que los propios naturales del país elijan a sus diputados al Congreso. En el estatuto constitucional santafesino de Estanislao López en 1819, se incluye el sufragio universal. La legislatura bonaerense por pluma de Rivadavia, también lo hace en 1821.
El sufragio universal, masculino aclaremos, no solamente es buscado como base democrática de acción política. En Argentina fue fundamento de soberanía popular, como camino hacia la realización nacional. A nuestro país lo hizo la política, y su pueblo, con eximios jefes. Por eso las gentes de Alem y de Yrigoyen van a reivindicar el voto libre. No solamente para ampliar las bases de participación, repartir mejor la riqueza, garantizar libertades básicas. Es por la Patria, la cosa. “El Radicalismo es la Nación misma en busca de su destino”, sabrá decir Hipólito, en las polémicas con Molina que alguna vez contaremos.
De acuerdos y voluntades
En 1856, el entonces joven periodista, Bartolomé Mitre escribe: “En Argentina hay tres formas de interpretar la política, en función de quienes ocuparon el poder desde 1810: Los conservadores, que asaltaron el poder con Saavedra y rodearon a Pueyrredón con ideas monárquicas; Los demócratas, quien con Rivadavia formaron la República democrática de nuestro país; Los radicales, jefes de turbas, caudillos de la chusma y la hoz, de la barbarie, Artigas, López, Aldao, Dorrego, Quiroga, Rosas. Quieren llevar la democracia hasta las últimas consecuencias, igualando la civilización a la barbarie”. En la línea histórica trazada, el joven Bartolus sentencia: para evitar «el advenimiento radical», la política del acuerdo siempre es bienvenida.
Desde 1856, entonces, cada vez que surgía una fuerza con su jefe, que impugnaba los acuerdos de cúpula, que rompía con lo establecido, los motes de ‘anarquista’ o ‘radical’ le caían fiero sobre la cabeza. Sarmiento, que no era moco de pavo ni bebé de pecho, lo dice con sabiduría por uno de esos acuerdos; El de 1877, que se da entre el propio Mitre y el popular Alsina: “Los acuerdos alredor del poder siempre buscan la misma cosa: Suplantar la voluntad del Pueblo, por la voluntad de los que mandan”.
Surgimiento de un partido moderno
A esa política del “acuerdo” la suplanta la del ‘Unicato’: un presidente, un jefe, una sola voz. Roca (1880-1886), más prudente, le esquiva a la palabra: Su concuñado, más botarate, no se resistió.
Mitre, molesto con que no le respeten su patriarcado liberal, y, encima, por un cordobés que pretende mandar en SU ciudad, su Buenos Aires Querida, abre su diario para que empiecen los riflazos.
Y ésa es la historia que contaremos, en la próxima entrega, y por el mismo baticanal.
Continuará…