Los tiempos políticos y la economía del tiempo social parecen ser las maldiciones que acechan a Macri, como esos espectros incansables del Hamlet de Shakespeare. Es el padre del propio príncipe quien ronda en las oscuridades del palacio reclamando venganza, no por la violencia de los hechos, sino por la intención de la trama conspirativa: la traición. La tortura psicológica de Hamlet está en ese choque brutal de valores que le demandan obediencia en un plano fuertemente contradictorio. Obedecer a unos, significa abandonar a otros.
Esta lógica de valores contrapuestos, donde ninguna decisión puede ser colocada como en las películas hollywoodenses del lado de “vivieron felices por siempre”, define de forma fundamental la trama de cualquier tragedia. Las decisiones, en una lógica trágica, nunca son buenas o malas, son justamente eso: trágicas. Están justificadas desde la ética, pero sin embargo, sus consecuencias siempre implican muerte, drama, pérdida. La tragedia nos habla de la tremenda complejidad del mundo de los valores para los hombres. Decidir no es fácil.
La ley de hierro en la traición, es que cambian los traicionados pero no los traidores… Más diplomáticamente: la película se repite pero con distintos actores. ¿Qué es lo que se repite hace tantos años en la Argentina? El fracaso, el rotundo fracaso que tenemos para ponernos de acuerdo en qué país queremos, y cómo lograr ese país.
Sin embargo, en nuestra historia, lo que está fijo son los factores de poder que impiden de forma sistemática ese acuerdo: la dirigencia peronista (no la base peronista), la dirigencia country del sindicalismo (no los que siguen viviendo en los barrios de siempre), la dirigencia empresaria (no incluye a los que funcionan bajo la lógica de la competencia en vez de amamantar del Estado). En todos los casos, el mundo del trabajo articula de forma central lo discursivo o la acción real de intervención diaria de estos sectores. El resultado es ya una ley sociológica: pobreza estructural.
Política, empresa y sindicato, son los sustantivos del sepulcro civil bajo el cual la República Argentina se desangra en el intento de convertirse en una democracia consolidada con prácticas institucionales serias y sustentables en el tiempo.
Pero la constancia de los factores no hace a su dinámica ni a su reversibilidad. Los políticos son en ocasiones empresarios, los empresarios a veces hacen política y los sindicalistas se catapultan a la política y poseen también grandes empresas: cualquier traje que implique dinero bajo la lógica del menor esfuerzo es válido. ¿Trabajar? Eso es para la “gilada”.
El principio de organización de estos actores es el poder y su consecuencia más importante: el dinero. Algunos saben que la consecuencia más codiciada de hacer política es el poder, que el poder no implica capacidad política, pero ninguno ignora que el dinero traduce su capacidad de compra como poder. Los más peligrosos son aquellos que poseen las dos adicciones: la del poder y la del capital.
En definitiva, es esa Argentina tan corporativa que construyó el peronismo desde la segunda mitad del siglo XX en sus aspectos fascistizantes: el propagandístico y el de organización social (sin incluir desde luego, el aparato de muerte como en la vía italiana). Para el peronismo, la disputa política también implica disputa cultural. Ese es el aspecto sistémico de los hijos de Perón: no transformar la cultura desde una perspectiva humanista sino peronizar la cultura desde una posición de poder.
Cambiemos, una versión ampliada del no peronismo, representa hoy la alternativa a esa construcción social y política. No es posible incluir el aspecto cultural por dos motivos: el plan A del PRO en la conformación de un frente electoral no era el radicalismo: era el peronismo, a lo cual hay que sumar el componente humano que lo conforma. El segundo es la peronización de gran parte de la dirigencia no afiliada al PJ. Los principales rasgos de esta peronización son también dos: verticalismo incuestionado y culto a la personalidad del líder. Lo primero es un principio de operatividad política, lo segundo una deformación del tejido vincular que constituye la trama de una organización política. En este caso se reemplazan todos los valores morales y racionales por elementos de carácter afectivo, sus consecuencias obvias son las conductas de carácter fanático.
La transformación de la Argentina no puede construirse si no es a pesar de sus factores corporativos. En este sentido, la gobernabilidad del siglo XXI no puede quedar atrapada en los factores de gobierno del siglo pasado. Por eso la negociación con el pasado no puede tener como base la concesión del futuro, a lo sumo podemos sacrificar el presente.
Esto nos tiene que llamar también a reflexionar sobre la continuidad biológica de los dirigentes políticos. La reelección no es una deuda republicana: sí lo es la inclusión en el sistema de los marginados de siempre que no pueden salir de la pobreza hace más de 30 años. Quizá sea hora que algún gobernante piense más en el futuro de sus gobernados que en las posibilidades de ser reelecto. Esto sí sería hacer historia, historia de la grande.
La crisis cambiaria nos dejó como enseñanza, entre otras cosas, que un gobierno no puede subsumir la política en la comunicación. La ecuación no es comunicación o política, es comunicación + política. La política sin comunicación sería un acto mudo y desconocido, pero un gobierno sin política es un barco que puede tener capitán pero nunca un rumbo. Y cuando el rumbo sigue sin aparecer es cuando la tripulación empieza a buscar otro capitán…
La designación de Dujovne como “coordinador” del área económica es un avance, pero no responde a un aprendizaje propio sino a una imposición de las circunstancias. Fue la necesidad de dinamismo en las negociaciones con el FMI lo que impidió seguir con un esquema de secretariado múltiple en lo económico. Lagarde reclamaba un interlocutor, sólo uno.
Es esta guerra de egos, donde sólo se permite lugar al ego presidencial, y donde también, además de no poder tener un ministro de economía, tampoco tenemos uno de infraestructura, y siendo la obra pública la principal área de recorte, no queda aún claro qué se sostiene y qué se cae. Si la democracia se entiende como democracia del cemento, es decir, que lo único que da votos son las obras, entonces seguimos sin entender cuáles son las temporalidades que debemos priorizar.
El ajuste necesario (es decir, dejar de gastar lo que no tenemos) de nuestra economía que el gobierno negaba sistemáticamente, constituye su principal error y la base del déficit sigue siendo el Estado. Las expresiones tímidas del “optimismo” presidencial no aclaran cómo se pretende avanzar hacia la normalización de las cuentas públicas (sobre todo con el enorme gasto en empleados públicos), aunque la admisión a medias de un ministro de economía y la foto que habrá que ver si se convierte en película de la mesa política, significan un avance.
Pero el dilema hierro de la gobernabilidad de Cambiemos es la decisión sobre los partidos ya no tan mayoritarios. Macri tendrá que decidir si privilegia la gobernabilidad presente (que es supuesta, piénsese por ejemplo en Schiaretti que le dice una cosa, pero su esposa Alejandra Vigo vota otra en la Cámara de Diputados), sobre la potencialidad hacia el futuro del no peronismo en la Argentina.
Las negociaciones con la dirigencia del peronismo, como la de las tarifas, que se suponía no “pasaban” del Senado, terminaron en el ultimátum de Pichetto para esta semana, y una propuesta de última hora del gobierno con un costo proyectado de $80 mil millones. ¿Entenderá Macri finalmente que cambian los traicionados pero no los traidores?
Entonces esta gobernabilidad, la de hoy, quizás sea pan para hoy y hambre para mañana… ¿Hay que privilegiar la continuidad de los actuales gobernadores del PJ, o apostar por el CAMBIO político en las provincias? ¿Más radicalismo en Cambiemos o más peronismo por fuera de Cambiemos?
Sigamos hasta el final con Shakespeare, que también en Hamlet nos escribió algo casi en exclusiva para los argentinos: “Sabemos lo que somos; pero no lo que podemos ser”.